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Instituto de Ensenanza Secundaria Al Baytar, Spain

The Life of an aluminium can (in Spain): VIDA DE UNA LATA DE ALUMINIO

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 Capítulo 4

 La berlina se acercaba más y más. Cuando llegó a la altura del contenedor, la lata y el brick de leche saltaron. Durante un segundo la lata no pudo sentir ni oír nada. Simplemente estaba cayendo en el vacío. Mientras el brick de leche estuviera a su lado no tenía miedo. Finalmente, cayeron encima de la alfombrilla gris que cubría el suelo,  a través del techo solar que la berlina llevaba abierto. Cuatro hombres con trajes oscuros estaban discutiendo acaloradamente sobre algo. Tan acalorados que no se dieron cuenta de la lata ni del brick.

"¡Tú, pedazo de imbécil!" gritó uno. " Fallaste el disparo por un kilómetro!"

"¿Cómo?", protestó otro, " Race me empujó y disparé mal."

"¡Basta!, gruñó el primero, que parecía ser el jefe." Si ese perro va fisgoneando por ahí y encuentra algo sobre nuestro negocio estamos acabados".

"Lo que no acabo de entender," dijo un hombre gordo con fuerte acento italiano," es qué es lo que hizo saltar la alarma en la fábrica. Los hombres de Rodríguez sabían dónde estaban los sensores infrarrojos, entonces ¿ qué la hizo saltar?

"Sea lo que sea,- refunfuñó el jefe- echó a perder  nuestro negocio con los rusos. Kovalev iba a pagar una buena pasta para que entregáramos la cocaína a tiempo."

  La lata no pudo oír nada más. Se sintió mal. Aquello significaba que por la noche los capos de la droga ocupaban la fábrica y llenaban latas como ella de droga.

Drogas que arruinarían las vidas de millones de jóvenes que pusieran las manos en ellas.

  Por la conversación que siguió, se deducía que Dieter había arrestado a Rodríguez Sancutty, uno de los mayores capos de la historia. El jefe que estaba en el coche era su hermano Sanchos, su socio en los delitos.

  La única persona que podía probar la culpabilidad de su hermano era Dieter, así que había que eliminarlo. Los dos intentos de matarlo habían fallado. Más adelante, la lata se enteró de que el próximo intento sería en el Tribunal de Justicia. La mafia controlaba la policía e iba a sobornar a un oficial novato para que hiciera el trabajo y demostrara que había sido un accidente.

Cuando se dirigían hacia la plaza del Tribunal de Justicia, una hora antes del juicio, Race, el muchacho rubio, salió del coche y se acercó a un joven policía al que le quedaba grande la gorra de forma que se le caía sobre los ojos. Habló con él durante un momento, le pasó un sobre con dinero y volvió a sentarse en la berlina. La lata y el brick aprovecharon el instante en que Race abrió la puerta y se lanzaron fuera. La berlina estuvo a punto de aplastarlos allí junto a la acera cuando empezó a alejarse lentamente.

  La lata se puso a pensar. Había que hacer algo. Decidió observar al policía con atención y sopesó todas las posibilidades. Lo examinó de la cabeza a los pies: pelo castaño lacio, ojos verdes, delgaducho... Le llamaron la atención los calcetines que llevaba, en los que ponía “ Salvemos a las ballenas”, con letras verdes. Algo se iluminó en la mente de la lata. Siguió mirando. El policía se subió a un Mini verde con margaritas pintadas por todas partes. Abrió la puerta y sacó un periódico de Greenpeace  y un bonbón “Ferrero Rocher” que desenvolvió y empezó a comer. En la cabeza de la lata se había fraguado un plan...

  Eran sobre las once cuando Dieter llegó al Tribunal de Justicia. El joven policía le miró intensamente. Su mano se dirigió hacia el revólver reglamentario atado a su cintura. Fue entonces cuando el brick se lanzó sobre sus zapatos negros, dándose cuenta al mismo tiempo de que eran de cualquier otra cosa que no era cuero. El policía miró hacia abajo. Como se trataba de un activista de Greenpeace instintivamente se inclinó para coger aquella “ basura”, lo que hizo que su gorra se le cayera otra vez sobre los ojos. La lata aprovechó a oportunidad para echarse a rodar hacia Dieter.

  Lo que siguió aconteció tan rápidamente que la lata apenas tuvo tiempo de enterarse de nada.

Con un chirrido de neumáticos la berlina negra apareció a toda marcha por la esquina. En esto, el joven policía sacó de repente su pistola y disparó en dirección a Dieter que acababa justo de ver la lata e inclinarse para cogerla. La bala le silbó por encima de la cabeza. Con un rápido movimiento se tiró rodando hacia un lado cubriéndose detrás de un jeep rojo, mientras sonó un segundo disparo. Se oyó una amplia explosión que hizo temblar el Tribunal de Justicia. Era el ruido de la bala que reventó el neumático delantero de la berlina, lo que le hizo hacer un viraje empotrándose contra una farola.

  Parecía que la lata se había equivocado. El joven policía, que según dedujo más tarde era hijo de Dieter, actuaba como agente secreto de la división de narcóticos del FBI.

  En aquel mismo minuto la plaza se abarrotó de policías que se acercaban a la berlina con precaución. Los criminales, aturdidos por el choque y con leves rasguños, fueron detenidos y puestos a disposición judicial.

  La lata y el brick siguieron mirando orgullosos de sí mismos por el papel que habían jugado en la detención de los capos de la droga. No les importaba que fueran unos héroes desconocidos. Lo que importaba es que se había hecho justicia.

  Con todo este alboroto, la lata y el brick no se dieron cuenta de que el equipo de limpieza y mantenimiento del Tribunal de Justicia se estaba acercando a ellos por detrás. Vestido de naranja fosforescente y silbando una bonita canción, alguien se agachó y les cogió.

                        Por Maria Vertkina (Limassol-CHIPRE)