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Instituto de Ensenanza Secundaria Al Baytar, Spain
The Life
of an aluminium can
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Capítulo 2 Sin
embargo, la cosa todavía no había acabado. Después de que la lata
hubiera pasado varios días en una caja del almacén llegó un enorme
camión con la inscripción “ALDI”. Cargaron unas pocas cajas y
también la que contenía a nuestra lata. Tras un
largo viaje el ensordecedor vehículo llegó finalmente a su destino. De
repente la lata se dio cuenta de que su caja había sido cambiada de
sitio. Había sido descargada del camión y puesta en una amplia sala. No sería
sino más tarde cuando la lata se dio cuenta de dónde estaba al abrir
un dependiente la caja. Descubrió una inscripción en la pared:
“Almacén de los supermercados ALDI”. El
dependiente transportó la caja con una extraordinaria carretilla a un
estante donde había otras de su especie. Sólo ahora pudo leer la
inscripción en otras latas similares a ella en las que ponía:
“Ravioli”. De repente se enteró de cuál era su contenido. El
empleado del supermercado sacó la lata de la caja con visible alegría
y la puso en la primera fila junto a otras latas de “Ravioli”. Allí
pasó dos largos días estresada a causa de la música de radio del
supermercado. Un día
una elegante señora apareció frente a la lata. Después de haberla
observado un poco alargó la mano hacia ella y la puso en su carro de
compra entre yogures, dulces y detergentes. Después,
la cliente empujó su carro hacia la caja registradora y colocó los artículos
y la lata en la cinta. De improvisto, la cinta empezó a moverse y la
lata se acercó a un divertido instrumento que estaba situado detrás de
la cinta. Luego, un hombre sentado tras la caja registradora cogió la
lata y la empujó sin ningún miramiento hacia aquel instrumento. El
precio total era de 11´95 marcos, una notable y honorable suma para una
lata. Luego,
aterrizó en una bolsa y después de que la señora hubiera pagado llevó
la lata a su casa. Se
trataba de una casa grande que tenía de todo. Una vez que entró en la
casa, la lata fue colocada por la elegante señora en un estante al lado
de la ventana de la cocina. Un
hombre entró en la cocina y ambos entablaron una conversación. La
mujer llamó al hombre, que evidentemente era su marido, Dieter y él le
llamó “Carola”. Por esta conversación, la lata se enteró de que
Dieter trabajaba de policía. Últimamente había arrestado al cómplice
de una banda mafiosa durante el asalto a una fábrica. El jefe
mafioso quería vengarse de Dieter y le había amenazado de muerte. Mientras
estaba hablando con su mujer, que estaba preparando la cena, se puso del
lado de la ventana para no estorbarla. De
repente, una berlina negra giró en la calle haciendo chirriar los neumáticos
y se paró frente a la casa. Alguien bajó muy despacio el elevalunas
tintado y dirigió un largo cañón hacia la ventana donde Dieter se
encontraba. La lata
reconoció inmediatamente lo urgente de la situación y se echó a rodar
desde la estantería sin pensárselo dos veces y fue a aterrizar en el
pie de Dieter. Éste se retorció dando un grito a causa del dolor, al
mismo tiempo que el hombre de la berlina había efectuado un disparo que
por un pelo no le dio a Dieter en la cabeza, yendo a incrustarse en el
reloj de la cocina. Recuperándose
del susto, el bien entrenado policía emprendió la caza de la berlina. A causa
de la velocidad, el conductor de la berlina se estrelló contra un
parking. La policía llegó en ese preciso instante al lugar del
accidente. En el momento en que la puerta del coche empezaba a abrirse y
el malhechor intentaba huir, Dieter le puso la zancadilla, cayendo aquél
al suelo. Entonces lo arrestó. El
policía le debía la vida
a la lata que había actuado en el momento oportuno. Es cierto que ésta
tenía una ligera mella por el impacto en el pie de Dieter y en el suelo,
pero se sentía feliz por su heroica hazaña. Dieter la puso en su
expositor junto a su colección de condecoraciones de policía.
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